EVA BLANCH. AQUAPARKS

Tirarse por el tobogán, por Juli Capella

Ver no es suficiente, tienes que sentir lo que estás fotografiando.” André Kertesz
Para poder disparar una foto necesito emocionarme.” Cristina García Rodero



Todos. Javier Cercas dice que hoy en día, no es que haya menos intelectuales que antes, al contrario, hay muchos más, porque cualquiera puede lanzar sus opiniones en un tuit o desde un blog. Ahora casi todos somos intelectuales y pontificamos. Con la fotografía pasa lo mismo, no es que se esté despreciando a los fotógrafos profesionales, es que ya todos somos fotógrafos, incluso bastante decentes. Basta ver los trillones de fotos que inundan las redes. Y lo mismo podríamos decir sobre ser artista, ahora –para ser más precisos desde Duchamp– cualquiera que haga algo intencionado como arte puede considerarse artista. Viendo lo que inunda los museos y centros de arte, ¿quién se lo podrá negar? Todo es posible para todos.
Yo. ¿Qué valor artístico –no banal utilitario– tiene entonces hacer fotos hoy en día? Y sobre todo ¿qué sentido tiene exponerlas en una galería de arte?
Sin duda alguna la excelencia. Pero eso no quiere decir gran cosa, porque ¿quién la valora y determina? El verdadero valor de una buena foto es la emoción que provoca en quien la ve. Perdón, en quien la mira. Y si vibra con ella, ¡et voilà!
Ha sido así desde siempre, pero a veces ante la falta de goce, los críticos nos riñen por no entender y lo acatamos sumisamente. Error, todo aquello que me conmueva emocionalmente es arte para mí. Lo otro quizás también. Pero no de mi interés. La selección pues, la criba, la autoexigencia, es la clave para buscar diminutas pepitas doradas entre montañas de morralla creativa.
Eva. Las fotos de Eva no tienen nada aparentemente espectacular o decorativo. Pero son excelentes. Rezuman sensualidad y eso las hace singulares y, por tanto, preciadas. Y si a la pericia de su lente y a sus motivos congelados en fotos, añadimos su posterior trabajo pictórico, la obra alcanza entonces una dimensión más que apetitosa. Un encuadre excéntrico llama la atención, pero las veladuras que resaltan las salpicaduras, que amortiguan la piel, que exageran el plástico, que avivan el agua, que disimulan accidentes, le acaban confiriendo un realismo conmovedor. Su obra trasciende a la foto para ofrecer obras de arte, manipuladas manualmente con pericia y elegancia. Son cuadrifotos o foticuadros. Arte.
Te tiras con ellas por el tobogán a la piscina y te mojas. Me he quedado agradablemente empapado.
Garrulo. No es posible ver estas fotos sin imaginarse una historia. Son evocadoras. No hay una narrativa concreta de Eva, sino una provocación con su elección de encuadres, para que cada espectador monte la suya. La mía es: la de una familia de garrulos que lleva todo el año esperando a que abran el parque acuático para lanzarse a lo bestia por toboganes, tubos y piscinas, para asustar a otra familia de tiquismiquis y voyeurs, que quieren acercarse a vivir el espectáculo, pero sin que les salpiquen. O unos niños gorditos inflados a patatas fritas y ganchitos que llevan seis horas chapoteando en el agua hasta que su piel se va arrugando mientras el pelo de la cocorota se les va chamuscando por el sol. También podría ser el contubernio de unos preadolescentes que se escapan de la tutela familiar, y mientras sus padres se amodorran en la siesta tras una paella con abundante sangría, aprovechan el tobogán para disfrutar los choques fortuitos, los roces permitidos del verano, para llevar a límite su balbuceante instinto erótico con otros preadolescentes pululantes en busca de lo mismo.
Gemelos. Lo gracioso es que Eva no eligió este entorno como motivo artístico, ni siquiera lo vislumbraba. Sino que fueron sus hijos gemelos quienes la arrastraron cada verano a visitar estos parques acuáticos de diversas ciudades, Benidorm, Vilassar de Mar, Ibiza,… Ella empezó detestando este universo friqui, pero poco a poco fue apreciando la estética de estas estructuras locas y fantasiosas. Sobre todo quedó fascinada por la actitud de sus usuarios, gente desinhibida llena de alegría y pasión, feliz y campante. Le sedujo la vivencia auténtica. Tanto es así que ahora, pasados los años, es ella la que insiste en volver, ante la reticencia de sus hijos ya mayores, atraídos por otros universos lúdicos. A Eva le desagradan los parques de atracciones con sustos, chirridos, altura y velocidad, pero le atrae la presencia acuática, que a pesar de su cinetismo siempre ofrece un ámbito de relax.
Agua. Esa es la cuestión aquí. Si nos ponemos a pensar, un elemento absolutamente raro y sorprendente. Que acaricia tu piel y tiene piel, como le gustaba decir a Jorge Wagensberg. Bajo la cual, cambia el mundo, se apaga el ruido, se ralentiza el movimiento y se nubla la vista. Aquí un agua controlada, domesticada por el hombre, no el océano salvaje, sino el agua dulce entubada y dirigida en bucle. El agua está presente en otros trabajos de Eva, en la serie de sus misteriosas Ofelias flotantes. Y el agua salada, en un baño revelador y mágico, que fue clave precisamente para decidirse en su relación con Oscar Tusquets, su esposo, padre de los gemelos, que a buen seguro le habrá contado algunos trucos pictóricos en el lance del acrílico que como excelente pintor domina.

A algunos les sonará el nombre de Eva Blanch también como escritora y novelista, sí, también saca fotos escritas. Pero aquí no hemos venido a hablar de su libro. Solo a disfrutar mojándonos entre las fotos de sus disfrutes estivales.